martes, 6 de abril de 2010

Srijeimán «el que ofreció leche de su vaca» Parte II

Karfú y la familia de Ramán le siguieron cuando se dirigía a la entrada, donde se encontraba aún el grupo de hambrientos; bajo unas escalinatas de mármol se hallaban, apretujándose, hombres, mujeres, niños, agitando los brazos y con las facciones acentuadas por la desesperación. Algunos de ellos extendían la mano, otros se las llevaban a la boca, otros se tocaban la tripa y gemían, o lloraban, y así permanecieron entre súplicas y lamentos, mientras un grupo de soldados los mantenía fuera de palacio. Solamente se calmaron cuando vieron cómo el nuevo gobernante, el actual sultán de Jumea, salía sin escolta y con una vaca caminando junto a él.

Ramán se detuvo entre aquellos pobres y les habló:

—Vosotros, que sois el pueblo, sois a quienes he de intentar corresponder, como gobernante, y ahora os correspondo con esto, una verdad. No existe forma de salvaros, no una definitiva ni drástica, puesto que los que sois pobres lo seguiréis siendo aún durante mi mandato.

Aquellos hombres, confusos, se miraron unos a otros. Sus rostros estaban inquietos, y repelían con la mirada a aquel nuevo rico que intentaba persuadirles.

—La mansión de dónde he salido no me pertenece —continuó Ramán—, los lujos y el oro que en ella se encuentran tampoco. Hablaré para que la gente interesada en ellos vea la importancia de ayudaros, pero ellos no la querrán ver, y antes esgrimirán diez mil excusas que dar de comer a una boca hambrienta. Esa es la verdad.

Una mujer andrajosa maldijo en alto, quejándose de los ricos. Y Ramán se volvió hacia ella, reprendiéndola.

—No has de hacer eso puesto que no es un problema de riqueza o pobreza, sino de conciencia. Espera.

Y se acercó a su vaca, sacó dos cuencos de una bolsa y comenzó a ordeñarla hasta haberlos llenado los dos.

—Karfú —le dijo a aquel, que se había acercado y estaba observando—, coge uno de estos cuencos repletos de leche y dáselos a quien tú quieras.

Karfú, que jamás se había visto mezclado en una situación así titubeó un poco, pero al final se decidió, y fue a darle el cuenco a un anciano, que era de los que más pedía. Nada más recibirlo, aquel hombre se lo llevó a la boca con unas ansias tremendas, tanto que derramaba la leche por la comisura de la boca, y se la bebió de un trago.

La gente se conmocionó, la esperanza de ser el próximo afortunado les invadió y no pensaban en otra cosa que no fuera aquella leche. Ramán cogió entonces el otro cuenco, y caminó entre ellos, entre esas decenas de ojos que miraban con gran estímulo y deseo. Uno de ellos, algo más apartado, le pareció el hombre indicado, y fue a fijarse en sus ojos, y el hombre en los de Ramán, hasta que le dio el cuenco.

Fue para sorpresa de muchos que este hombre, necesitado de comida como estaban todos, fuera a donde un niño que había junto a su madre y le diera de beber la leche.

Y las miradas se dividieron; unos miraron a Ramán, otros miraban a aquel hombre que había renunciado a su único alimento en muchos días, otros, a la mujer a quien iba dirigida la lección, y otros al anciano que se había bebido todo el cuenco, que ahora, avergonzado, hundía su cabeza al pecho. Y asimismo también se avergonzaron los que habían compartido el mismo pensamiento que él.

—Pensad en dar antes que en recibir —dijo por último Ramán—, y eso os colmará del buen sentimiento que hace felices nuestros días. Si queremos cambiar a los ciegos de arriba, debemos agudizar nuestra propia vista antes.

Un hombre desnudo se le acercó:

—Señor, ¿pero qué quiere usted que yo dé? Si no tengo nada que llevarme a la boca. Estoy hambriento. No tengo ni una triste tela que cubra mi cuerpo.

Entonces se adelantó Karfú adonde él estaba, se quitó su túnica y se la entregó.

1 comentario:

Darka Treake dijo...

ajajaja
Al final hasta el mismísimo Karfú estaba convencido!!

Sabes, crack, escribes de miedo. Este cuentito lleno de moralejas te está quedando genial. A ver si un día lo vemos terminado, y publicado, y premiado...

Seguimos atentos a la continuación!!
Muy muy bueno, sí señor!
Darka.