martes, 26 de enero de 2010

Fuera maldito

El primero de los encuentros tuvo lugar en la mente de Menephiste Tuktok, el observador de las estrellas de Garagh Dazek. Poco tiempo después se entregó en sacrificio a los dioses. Siglos más tarde se produjo el segundo, a través de Itérelas de Cantea, llamado «el adivinador del cielo nocturno», acusado de blasfemo y atacado de locura. Murió a los pocos días sacándose los ojos y arrancándose las orejas. Luego fue por Xianu Fei, consultor astral del emperador, que se reestableció el contacto. Amaneció con la lengua amoratada a causa de un veneno, que se preparó el mismo. La última vez que ocurrió, Mobunto Baralepondu, chamán y jerarca de la aldea Rapalue, se atravesó el vientre con un fémur afilado.
Ahora los habían encontrado de nuevo, esta vez con una radiofrecuencia, en el sector que llamaban «verde cuatro» en la luna de Ganímedes. Los códigos de la estación habían revelado una respuesta; tras revertir el proceso de encriptación se dio la comunicación más larga entre dos especies inteligentes.
— Fuera maldito —indicó alguien desde el otro lado de la señal—. No entorpezcas.
— ¿Fuera de dónde? —escribió.
— Del espacio sagrado.
— Me llamo Andrés —notificó el hombre, desde el control—.Contacto con vosotros desde la Tierra.
— Si —dijeron ellos—, lo sabemos. Desde la Tierra.
La pantalla de visualización rutilaba a intervalos irregulares, no se vio cambio alguno durante unos minutos.
— ¿No queréis comunicaros con nosotros? —dijo Andrés.
— No —dijeron.

Las tonalidades del aparato oscilaron. Andrés sintió un hormigueo extraño. En un momento sus piernas se volvieron independientes, desplazaron el cuerpo a la barandilla y aquel hombre, aparentemente cuerdo, se lanzó al vacío de la calle desde una altura de nueve pisos. Andrés Vilgarcía, adjunto del departamento de astrología y ciencias del espacio, se suicidó lanzándose desde el observatorio. Había sido el hombre que más contacto había mantenido con una raza extraterrestre. En los periódicos solo se leía «profesor de astrología se suicida sin motivo aparente.»

martes, 19 de enero de 2010

Llanto universal

Nadie lo ha olvidado. Hace veinte años que ocurrió y ya no se habla de ello, pero todavía se conserva, aún se piensa y se recuerda, simplemente porque es imposible no hacerlo.

Yo tenía treinta años cuando, por espacio de tres días exactos, se dio la circunstancia más insólita de nuestra generación y, estoy convencido, de muchas que han de seguir; el bautizado «Llanto universal».
Sobrevino de inmediato y súbitamente; una nube de tristeza se aposentó sobre el planeta, una consternación mundial se adueñó de cada uno de los seis mil millones de habitantes. No se sabe a causa de qué efectos —astronómicos, biológicos, mentales, de espíritu— comenzaron a padecerse los primeros síntomas de un desconsuelo profundo. Las poblaciones de todos los rincones del mundo enmudecieron de pronto, las conversaciones se ahogaron, los rostros se miraron confusos, la gente se detuvo pensativa. Y primero unos, luego otros, comenzaron a escucharse los lloros en las calles, en las casas, en las oficinas, en los colegios, en los supermercados, y así los primeros incitaron también al resto a rendirse al antiguo instinto. Todo el mundo lloraba.
Recuerdo el abatimiento y el desgarro que sentí, cuando notaba inundarse dentro de mí una pena, ajena en principio, y luego a cada rato más familiar. Y así me lo han descrito también las personas con las que he hablado de esto, «como si un demonio te empujara a llorar hasta que encontrases tus propios motivos para hacerlo». Y ése es el caso; todo el mundo tenía motivos.
Había quienes lo hacían por los difuntos, se recordaba a aquellos que no estaban, a los desaparecidos, o a las personas de las que, por una u otra causa, se habían separado. Unos lo hacían por desamor, o por una amistad perdida, otros por remordimiento, miedo o por compasión. Algunas personas mayores suspiraban por el olvido, los más pequeños, aunque no sólo ellos, solían hacerlo por la pérdida de su perrito, o la muerte de algún gato, o acaso por un juguete roto. Se lloraba por el recuerdo de una canción, por una angustia vivida, por una catástrofe. Y sucedía a la mayoría que se lloraba por todas estas cosas a la vez, como si el llanto reprimido se desbordase ahora que había sido anulada la contención.

En aquellos tres días tuve ocasión de ver, además, todas las manifestaciones posibles. La timidez propia del acto se había perdido, ya no importaba que te vieran sufrir ahora que el resto del mundo también lo hacía.
Vi entonces los rostros contraídos y las bocas abiertas de quien llora a lágrima viva, escuché los murmullos, apenas inaudibles, de los lamentos apagados, y los llantos débiles de los que lloran en silencio. Observé hombres y mujeres, niños, rostros juveniles y ancianos, los había que parecían ahogarse entre sollozo y sollozo, los que se barrían las mejillas húmedas con el dorso del brazo y los que se escondían la cara entre el hueco de las manos. Y cada rostro hacía distinto acopio de sus lágrimas: se precipitaban al suelo, se desparramaban por la mejilla o se sorbían con la lengua. Las había que rodaban ágilmente por las pieles tersas o que zigzagueaban por las hendiduras de los semblantes arrugados.
Jamás nadie vio tantos modos. Nunca se dieron cabida tantos aspectos compungidos. Llantos de desgarro, lloros que se avivaban con otros lloros, gimoteos que reclamaban, lloriqueos infantiles, suspiros intermitentes… Algunos apenas se mostraban, solo tenían los ojos brillantes, pero lloramos todos.
Y de distinta manera lo hacían unos en soledad, bien porque no tenían a nadie o porque se retiraban aparte, en una tristeza individual. La mayoría optaba por el refugio de la compañía, compartiendo la consternación abrazados a los cercanos.
Al final del tercer día no fue todo sino una sinergia, ya no llorábamos solo por nosotros mismos, lo hacíamos también por el resto. Existió, en un momento de nuestra historia, un verdadero llanto compartido, un llamamiento profundo a todos nosotros.
Después se detuvo. La tristeza se marchó sin más y el mundo entero saboreó esa concordia que sigue al llanto.

Los que hemos vivido el «Llanto universal» no pensamos si no en ese dolor compartido que, dicho sea, nos humanizó un poco. Supongo que la naturaleza es sabia.

martes, 12 de enero de 2010

Esta noche han muerto paraguas

Desde los comienzos de enero las aguas se desploman impetuosas, traicioneras, esquivas; se vierten sobre todas las cosas al descubierto, y se escurren entre el pavimento de las calles. Las bulliciosas gotas vienen a estamparse contra los ventanales, contra los rostros, contra los tejados de las casas y el capó de los coches. Entonces se aglutinan en los llanos, se encharcan los badenes del suelo, los pantalones lucen caladuras en sus bajos, los cigarrillos se empapan y descomponen, la gente se moja.

«Pero hay paraguas» igual se cuestionan ustedes. Y si, a la lluvia —como si al mismo cielo respondieran nuestros actos— sigue un ritual de múltiple apertura...: afloran de la mano de los transeúntes, como recién nacidas siluetas, estos abovedados utensilios que nos guarecen. Surgen de una variedad casi infinita, de todas las larguras y amplitudes posibles, con mangos de distintos materiales y cabezas de cualquier color, verdes, amarillos, a rayas, etc. Un magnífico despliegue, imagínenselo visto desde arriba.

Pero hay veces que al arrecie de las aguas vienen a sumarse los aires racheados y, por añadidura, el frío de las heladas corrientes. Pasa en estas ocasiones que los vientos arremeten contra todo, las pequeñas cúpulas que nos refugiaban se vuelven inservibles. Aventados como son por las ráfagas, estos objetos de mano no dejan de ser sino una molesta carga, la gente se desembaraza de ellos en plena vorágine; apenas el brazo flaquea y la naturaleza los lleva lejos, y uno ni se despide.

Al día siguiente el espectáculo desuela, refleja la cólera del temporal y el desgaste del agua. No llueve, pero uno puede intuir el azote pasado en cada porción de acera. Y allende las travesías, o en las aceras próximas, se encuentran los esqueletos metálicos y las telas en desgarro; esta noche han muerto paraguas.

jueves, 7 de enero de 2010

Avatar y el hurto de ideas

Hoy no es martes, no escribo para mí, ni de mí. Hoy escribo para salvar una idea, acaso algo tan valioso como poco valorado.

Comenzaré por lo menos hiriente; disfruté mucho de ver “Avatar”. Desde luego, es una película para ver en el cine, con más razón si contamos con el factor 3D. Y es que el cine ha dado otro paso en cuanto a tecnología visual se refiere, al igual que ya lo hiciera “La guerra de las galaxias” en el 75. Que si el sonido envolvente, que si la imagen envolvente — ¡caray, solo falta que las palomitas te envuelvan! —, hacen de ir al cine una experiencia un poquito más diferente y, en este sentido, me pareció espectacular, entretenida, vamos que disfruté como un enano. La banda sonora, a manos de James Horner habla por sí sola y se convierte en un personaje más; sonidos fantásticos cuando se internan en el bosque, movimientos vertiginosos en las escenas de vuelo y cambios de registro que se produce en las escenas de batalla; cuando aparecen las tropas americanas se escucha una música más militar y cuando vemos a los nativos suenan rasgos tribales, en plan “Apocaypto” (también con banda sonora de Horner). Hasta aquí bien, una entrada bien pagada, una historia de indios y vaqueros (no esperaba un gran guión, pero con eso ya contaba) tres horas de buena imagen, y un entretenimiento que me recordaron a la primera vez que vi “La historia interminable”.

Ahora toca poner los puntos sobre las íes, con respecto a la violación de la propiedad intelectual, y al vacío legal que existe. Resulta que uno puede coger una historia, una novedosa, original, cambiar los nombres de los personajes y mezclarla con otras películas, sin hacer una triste mención al autor de esa idea, y salir ileso, además de multimillonario.

Poul Anderson escribió en 1957 un relato “Llámame Joe” dónde narra como un tipo en silla de ruedas maneja, por conexión cerebral telepática, un pseudoindividuo creado artificialmente por los humanos y enviado a Júpiter. Quien quiera ver más similitudes con la película de James Cameron, os aseguro que es entretenido contar cuantas, le animo a que lea el relato.

Y es que esta película es un gran juego interactivo en el que tienes que encontrar analogías. Otra, por ejemplo: en “La voz de los muertos” Orson S. Card, nos muestra un mundo extraterrestre donde los alienígenas depositan su sabiduría en los árboles, y a través de ellos tienen una conexión energética-espiritual con sus ancestros. Coincidencias, a veces existen; no esta vez, no cuando es tan evidente.

Ya no hablaré de “Bailando con lobos”, la propia “Apocalypto”, “10.000”, o un sinfín de películas que se distinguen en “Avatar”, porque entiendo que casi todo esta inventado, que la fórmula funciona, se repite y adoleciendo de ideas propias se sirve uno de los tópicos propios de las historias comerciales. El público lo asume y santas pascuas. Pero cuando se cruza la delgada línea de las temáticas universales, que forman parte de todos, y se va a parar a un agenciarse de la idea personal e individual, aquí ya existe un atentado contra la creatividad. Sino se te ocurren ideas —no pasa nada, no todo el mundo es creativo—, haz uso de los patrones que funcionan, no es deshonroso de ninguna manera, y no es eso por lo que protesto. Pero si no puedes ser genuino no te limites a robar una idea de otro, por muy muerto que esté o mucho tiempo que haya pasado, porque eso si que es una deshonra. Como decía un profesor mío: “hay que ser pobres pero honrados”.

¿Qué puedo decir salvo que me indigna una cosa así, ver arrebatado un pensamiento, una idea?

A mi juicio, cuando existe un homenaje, es cuando realmente el que homenajea hace ver al público que lo ha hecho (bastan unas palabras tipo: “basado en una idea de” o “agradecimiento a X por su idea”). De cualquier otra manera se convierte, claramente, en un descarado plagio. No me sirve eso de “yo lo copio, y a quien se de cuenta le diré que es homenaje”.

Ya he visto capítulos de “Camera café” sacados, hasta el más ínfimo detalle, de gags de los Monty Python. Ya he visto escenas de “Kill Bill” íntegramente copiadas del cómic “Lady Snowblood”. Ya he visto al “Alien” de Ridley Scott sacado de otro relato de ciencia ficción “El destructor negro” de Van Vogt. Y he visto “Avatar”, otra película que aunque pueda disfrutarse, yo lo hice, hace gala de esa moda por robar las ideas de los otros y darse méritos propios. He visto algunos plagios, pero más me asustan los que no he visto. Los que pululan por ahí sutiles y desconocidos por mí, y que puedan “colarme” sin que apenas me de cuenta.
Ahora me da miedo ir al cine.

martes, 5 de enero de 2010

Danza de las esferas

Yacía Jupiter sobre el polvo de estrellas. Miraba curioso las caderas de una Saturno que se contoneaba, mientras ésta dirigía su mirada recelosa al pecho henchido de Marte, que ahora se cruzaba perpendicular a su trayectoria.
Marte, por otro lado, desdeñaba a sus hermanos, pero tras la apariencia apática se escondía un deseo de cortejar a su hermana Venus.
Venus que en su órbita mayestática, de la cual se vanagloriaba a menudo, hacía gala de conocer todos los secretos.
Mercurio sentía predilección por los portes varoniles de Marte, pero aquella noche, quizá debido a que la luz de Papá se proyectase sobre Tierra de forma especial, se fijó en ella. Sintió, a partir de ese momento, una leve excitación, un fervor hasta aquel día desconocido, por las sinuosas protuberancias de su hermana mayor.
Aunque Tierra de esto nada sospechaba, pues haciendo caso omiso de los desfiles rutinarios de Marte, consumía su rotadura observando a Jupiter, portentoso, altivo y desafiante, asemejando ser tan grande como el padre.
Más alejados, al principio ajenos al flujo de miradas y rotaciones voluptuosas, Urano y Neptuno se deshacían lentamente en su traslación.
Y entonces tuvo lugar el baile.

Y no se sabe que fuerzas cósmicas empujaron a Marte a salirse de su órbita. Se desconocen los enigmáticos motivos que le llevaron a recorrer millones de kilómetros hasta ponerse a tan solo unos pocos de Venus o, si uno lo piensa un poco, es posible que no sean tan enigmáticos. De la mano de Venus, que había eludido también su trayectoria, tuvo comienzo un cortejo insólito y primerizo: en un arranque súbito agarró a Marte, haciendo que sus cráteres se entrechocaran y ambos, como al compás del tintineo de las estrellas, iniciaron la danza, y sus cuerpos se mecieron al unísono y desmesuradamente. Jupiter enarcó el rostro, entre confuso y dolido, y quizá más por curiosidad que por despecho, fue a quebrar el anillo de Saturno y la aplastó contra su propio cuerpo, y ella exudó el calor de una pasión repentina, e hizo que lo que había quedado de su anillo le rodeara a él y le atrajera para sí.

La sinergia de tendencias se produjo; la inercia cósmica del movimiento, la orgía de la familia planetaria. Ahora Mercurio besuqueaba a Tierra mientras ésta palpaba su silueta oblonga; ahora Marte desgarraba a Venus de su frialdad y susurraba en su nuca, en los sitios donde un eco de estremecimiento vibraba; ahora Urano, al ver a Saturno descamisada, se empecinaba contra la lobreguez del espacio hasta llegar a donde Júpiter la asía por un extremo del anillo, y ambos contribuyeron a calentar los penachos que Saturno ofrecía prominentes. Neptuno fue la última en incorporarse al abrazo de sus hermanos pero lo hizo con una llamarada de deseo, lanzándose a los hercúleos brazos de Júpiter y desgastando su cuerpo contra el de Saturno.
La fricción de las ocho esferas fue en aumento.
Tierra se abrió al embate de un Mercurio encendido, Marte dio de beber a Venus que parecía embriagada de complacencia erótica.
Y no fue ésta la única ofrenda de la infinita noche.

En la desbocada carrera de Jupiter, que abarcaba los espasmos de Saturno y Neptuno, se derramaban ríos de sudor que al caer sobre sus espaldas conformaban océanos. Las manos de Urano se posaban aquí y allí, desnudas y hambrientas, con unas ansias que luego lo avergonzarían.

Papá observó a lo lejos como su prole se complacía y, aun teniendo en cuenta que para ello hubiesen quebrado sus leyes de trayectoria, esperó a que el festín hubiese concluído. Luego ya habría tiempo para el castigo, se dijo. En la cuna de su estática vió cómo, uno a uno, sus hijos perdían la compostura, de qué manera lamían unos de otros, cómo se entregaban al ritual de un placer milenario, vio cómo olvidaban las rencillas, el odio, las inseguridades y las deshacían en aquel aire desatado e impuro. Y, al fin, reparó en que ya consumados se abrazaban exhaustos entregándose las últimas caricias y saboreándose por última vez, con un último coletazo, con una postrera canción de la noche. Así los vio el Sol, a sus hijos, con los rostros pintarrajeados y la mirada perdida, y le vino a la memoria aquellas noches en las que él también se deshizo en pasión, y recordó que si ellos habían nacido era debido a esos juegos, y comprendió que aquel no era un aire viciado, y respiró de la noche, y olió a vida, a nueva vida. Tal vez en el sudor de Urano se gestaba una nueva existencia en el cosmos, tal vez en la saliva de Marte o en las lágrimas de éxtasis de Venus o en el néctar que Mercurio había derramado en el vientre de Tierra. Tal vez en todas ellas.