martes, 24 de noviembre de 2009

Apología patafísica

Bienvenidos seáis a las claridades de la nefasta Absurdia, dónde hasta las letras se descomponen, y las palabras se hacen trizas. Pasen y vean; aes escurridizas, erres bulliciosas, íes extraviadas, déjense sorprender por los cánticos inescuchados de las otras palabras, de las que nunca se supo nada:

He redorlado harapiencos estarnuzos volempaguear ransones incelubres, hemisfatios ganchidos se gondoleaban acurrenamente con plator e irñamería. ¡Desmanucar de suestras horlazas caspíretos de la patafísica!

Los rupilas sempidérnicas acullaban de sus lamadares. Y el blede clapitar de sus abenarucos coromeaba en risgos de anedal. A la bid se enortesían pártales y orleantas, cunda los farretarios que lehan sin cartugear. Las córulas de instierno se evalopaban de insteláneo, e insajían corpintas, e ilmanaban cróadas. Díntares acrobiánticos semanaban dulotes serenáuticos, moleban sus revaldos y corollaban hucaveres.


*Nota: Cualquier palabra que exista de verdad no es más que el fruto de una casualidad muy casual.

martes, 17 de noviembre de 2009

La calle de los infortunados

Olía a grasa quemada, y a mucho más de lo que estaba dispuesto a reconocer en el momento. Los locales a uno y otro lado de la calle despachaban un olor a vicios impuros, a pecados inconfesables. Algunas de las chicas que habíamos visto horas antes pasear con sus melenas acicaladas y sus rostros perfilados por el maquillaje, de porte casi glamuroso, ahora se nos aparecían a cada esquina dando tumbos, agarrándose a cualquiera, las caras ajadas, los labios roídos de rojo, manchadas de lágrimas y otros fluidos, la ropa a medio poner, o a medio quitar, los pelos enmadejados y quizá algún tacón roto.

Algunas farolas parpadeaban, otras no se encendieron ya en toda la noche, las que más no despedían sino una luz anémica que se derramaba por el suelo enfermando los adoquines y haciendo palidecer las botellas de cristal vacías. Era tarde, más o menos la hora en que la indecencia sale de su escondrijo y los rincones oscuros eclosionan de personajes tan inquietantes como singulares. Y allí estábamos nosotros, los cuatro de siempre, solo que ahora más juntos y cabizbajos, casi nos daba miedo levantar los ojos del suelo, por lo que pudiésemos ver. A cada rato alguno se inclinaba un poco y echaba un vistazo rápido.


En una de las calles vimos a una rata de lomo encrespado, que se desplazaba nerviosamente de una alcantarilla a los bajos de un coche, y luego a un contenedor, y luego se fue a meter en uno de esos locales de neón, y las chicas, a media faena, salían despavoridas y a chillidos, sin importarles lo poco o mucho que se las viera la carne. Entonces recuerdo que nos reímos de lo lindo con el panorama, de cómo unas rivalizaban por subirse a los coches, y otras corrían calle abajo con las bragas en la mano.


Por los sitios más recogidos se adivinaban siluetas que se agitaban a oscuras, hombres y mujeres que jadeaban y susurraban al vaivén de ritmos toscos, y de pronto se detenían y se separaban cada uno por un lado. Una chica joven de no más de veinte años nos enseñó sus brazos plagados de picadas, sus dientes pútridos y quiso que le diésemos algún dinero por una mamada, al lado un hombre tenía los ojos en blanco y en el brazo una jeringa. Y apresuramos el paso, desoyendo las súplicas que nos venían de atrás.

Recorrimos calles donde los individuos andaban extraviados, pasamos por al lado de hombres echados en el suelo, mojados de orín y vómito, de aliento etílico, viejos que resollaban, que lloraban por el abandono de algún ser querido o por el amor de una puta, o por ambas cosas. Eran los hombres infortunados, los caballeros andantes que habían dejado de ser caballeros, en búsqueda de aquellas princesas que ya no lo eran. Y de perdices ni hablamos.

Nos apercibimos de una gran cantidad de verdades esa noche. Lo de cruento de la existencia que puede darse para unos pocos, por una azarosa calamidad o por los caprichosos devaneos del destino, y supimos que habríamos de luchar para que aquello no se nos viniera encima. Aquel barrio se nos reveló como escuela de una noche, cuyos maestros fueron los inquilinos de la calle, que a golpe de perderse ellos nos ilustraron las más profundas lecciones.


Al amanecer se acabó nuestro peregrinaje, volvimos atrás nuestros pasos sin decir palabra. Cuando llegué a casa me metí en la cama, aunque no me dormí hasta un rato después. Sospecho que a los otros les ocurrió lo mismo. Solo fuimos esa única vez, ahora no recuerdo a quien del grupo le hizo ilusión ir allí, en busca de experiencias nuevas, pero todos creyeron que era buena idea. Yo al principio también lo creí.

martes, 10 de noviembre de 2009

La zona oscura del palacio

- ¿Dónde se las puede encontrar?
- Ellas viven en una mansión igualmente insólita. De sus cimientos fluyen las fuerzas antagónicas que combaten a diario. Desde fuera, los vientos, el céfiro y el bóreas ancestrales, se arremolinan cada uno a un lado del edificio, dando uno las emanaciones primaverales y arrojando el otro los hielos y el frío cortante del invierno.
- Continúa.
- Nada más entrar se te rebela la dualidad del palacio, que está partido en dos por una línea que no se percibe. En el mismo centro hay una cama donde ella se guarece cuando es neutra. Luego, depende del día, que se levante de un costado o de su opuesto.
- No me lo digas, a una parte se encuentra el mundo de Itaresey, donde todo es ensoñación y gratitud, ¿verdad?
- Verdad.
- Pero yo quiero que me hables del otro sitio, ¿qué se encuentra en la otra parte?
- ¿Por qué será que vosotros, necios y otra vez necios, nunca os contentáis? Siempre queréis conocerlo todo, acerca de lo otro.
- Es nuestra condición, ya lo sabes.
- Bien, lo sabrás. La estancia de la diosa macabra la forman unas paredes de ébano de las cuales sobresalen a lo largo y ancho porciones humanas que se agitan, y otras formas irreconocibles. Del techo, que es amasijo de dientes y huesos astillados, gotean incesantes sustancias mucilaginosas y en el suelo queda desprendido lo viscoso y lo sangriento. Y así, todo lo que te circunda es ornamento tétrico y fúnebre. Brazos arrancados de cuajo surgen de las paredes sosteniendo antorchas que iluminan el mayor museo de los horrores; escaleras alfombradas con pieles humanas, columnas que son conglomerado de rostros difuntos, pasadizos donde se hacinan cientos de fetos aún móviles, chimeneas donde se está quemando siempre algo vivo…
- Por dios…
- Tú lo has dicho.
- ¿Qué más?
- Los sirvientes de Yeresati deambulan lánguidos por los pasillos, en una eterna postración, siendo mezcla de rostros cadavéricos y cuerpos consumidos, cumpliendo las órdenes funestas de su ama, olvidando a cada instante sus retinas cuanto de terrorífico han visto, y volviendo a recordar momentos después. Así contribuyen estas almas en pena al mundo de lo lóbrego, paraíso de monstruos y edén de la perversidad.
- ¿Quieres saber más?
- Si.
- Por todas partes, emanando de debajo del suelo, de detrás de las paredes, del interior de las columnas y sobre el techo, una cadencia escalofriante, melodía de voces de niños aullando de dolor, ruido de huesos rompiéndose, murmullos lastimeros, gemidos de agonía, ruido de cuerpos chocando contra el suelo desmembrándose del impacto, sonido de hierros hendiéndose en la carne, uñas partiéndose contra la pared, la música del averno.
- ¿Más?
- Si, si.
- Están también las puertas, innumerables umbrales que llevan a terrores calamitosos. Se habla que cada uno muestra una desgracia, una de esas que hace enloquecer. En esas habitaciones se guarda todo lo tenebroso que pueda ser enseñado al ser humano.
- ¿Y qué más?
- Ya no más.
- Pero, ¿qué hay dentro de las habitaciones?
- Es una estancia prohibida, te lo aseguro.
- Ya, pero quiero saber.
- ¿Entrarías para averiguarlo?
- Eh…sí.
- Así sea hijo de Adán, necio y otra vez necio.

martes, 3 de noviembre de 2009

La señora sin reverso

- ¿Sueñan los dioses?
- Ella sueña con bebes ahorcados.
- ¿Qué tipo de diosa es?
- Es Yeresati, la diosa Macabra.
- ¿Qué atributos tiene?
- Todos los relacionados con lo grotesco, con lo depravado.
- ¿Y la otra?
- La otra es Itaserey, la de los atributos esbeltos, la de la lírica y los perfumes, y los sueños apaciguadores. La diosa Delicia.
- ¿Y qué pasa cuando se encuentran las dos?
- Eso no pasa nunca…y pasa siempre.
- ¿Cómo?
- Las dos son la misma persona, la una es la espalda de la otra.
- Explícamelo para que lo entienda, anda.
- Mira, nadie sabe como se gestó esta criatura del cielo, la más insólita de las que haya visto ojo humano o divino. Su cuerpo parece partido por un espejo invisible y duplicado casi de la misma forma en el extremo, hay momentos en los que es difícil distinguir donde acaba uno y empieza otro. También es llamada la señora sin reverso.
- La señora sin reverso… ¿y es…son…?
- ¿Hermosas? Las que más. Piel roja por una cara y azul por la otra, sus brazos y sus piernas están articulados de modo que pueden extenderse y flexionarse a ambos lados por igual, pero esto de una forma tal que no hace sino aumentar el erotismo de un cuerpo de mujer.
- ¿Pero es posible esto?
- Claro que lo es, olvidas que es una diosa. Brahma tiene cuatro cabezas, Ravana veinte brazos y ella absorbió lo que llaman belleza ambimórfica. Y va siempre desnuda, imagínate lo que es eso para el panteón.
- Ya, ¿y cómo son?
- Tendrías que verlas para hacerte una idea. Solo te diré que Itaserey tiene los ojos verdes, y Yeresati ojos negros. Una embelesa con la mirada, la otra te clava las pupilas. Una de labios verdes y la otra de labios rojos. Una besa, y la otra muerde.