miércoles, 28 de julio de 2010

Un día en ABCD

Amanece, bostezo y chirria el despertador, agarro la bata y camino a la ducha. Me afeito y bebo café para desperezarme. En el armario busco una corbata decente y mi atuendo. Bajo a la cocina aun dormido, me arreglo un bol de cereales y desayuno.

Afuera, mi bólido; un coche en desuso, con abolladuras y bastante cascado. Dentro, me abrocho la banda del cinturón y después arranco. Bordeo la carretera que se desvía a la autopista y bajo a la ciudad.

Después de aparcar, ya en el banco, camino directo al ascensor, busco al capataz y me dice que analice los balances. Cierro mi despacho y aguardo al bocadillo de chorizo del descanso, algo buenísimo. Cuando me dispongo a acabar los balances, me comunican el despido. Aguanto el berrinche que el capataz me dedica, me atuso la barba y creo decir o apenas balbucear un “cállate”. Me deshago de algunos bártulos, y en una caja deposito unos archivos, bolígrafos, el celo y los dibujos de mi ahijada.

Bajo al coche y me dirijo abatido al bar más cercano. Después de acercarme a la barra, el camarero me dispensa alcohol y bebo. Unas cervezas después, y algo beodo, conduzco en dirección al apartamento. Los botes de la carretera me deprimen más, y acelero bruscamente. Curva a la derecha, adelanto a una bici, continúo dándole al acelerador, un bache, curva, más deprisa, y me abalanzo a un barranco.

Cuando despierto, amanece. Hay bacalao para comer, dice Ana. Basta su contacto para darme ánimo, me besa en la cabeza y me da agua. Bebo con cuidado y despacio. El accidente…barranco… me caí, le digo. Acabaste bien, contesta, descansa.

Ahora bendeciré cada día.

miércoles, 21 de julio de 2010

Al lloro de los descreídos

El Señor expira, muerto por hermosas manos
Celestes brazos retuercen su garganta dura
Criaturas aladas, ángeles matadores
Y se pierde en el cielo la buenaventura.

Son los hijos de la fe perdida, que ahora mudan
Son los huérfanos de Dios que a medrar empiezan
Son los querubines parricidas que despiertan
Y que ahora se burlan de los hombres cuando rezan.

Se disponen ellos a despoblar las alturas
Hatillo al hombro y con las alas desplumadas
Van a caer a la tierra, nacidos de nuevo
Con manos desnudas y creencias olvidadas.

Y deambulan por las calles sin ningún cobijo
Perdidos desertores, dejando atrás un hogar
El óbito divino les llega, alicaídos,
Cuanto de fe hubo en ellos, ya no la habrá más.

Arcángel que te emborrachas en los bulevares
Bebes, y bebes para borrar la vieja gloria
Con las canciones muertas de tristes exiliados
Ahora sufre el cuerpo, ahora sufre la memoria.

Cuando ya pasan los días desde que te fueras
Y percibes del alma los primeros barridos
Sientes caer, a tu carne, una nube de plomo
Y a ahogarte vas al lloro de los descreídos.

miércoles, 14 de julio de 2010

Baños de humo y Jazz

Cuatro paredes, un techo, un suelo, y nada más.
Aún así, de este habitáculo, que cualquiera podría juzgar de insignificante, puede aflorar la vivencia de millones de atardeceres, de miles de olas de mar, de cientos de montañas. Una hora, música de jazz de una cinta antigua, una vela, un puro, vino, mi hermano en la bañera pueden superar estos segundos a montones de años de existencia humana. No es que se de la genialidad, solo que tan caprichosa es la numinosa voluntad del arte y de lo bello, que bien pudiera darse aquí, tanto como en el despacho de una gran eminencia, o en la acera de enfrente, o en varios sitios a la vez.

La vieja cadena de música escupe ondas, que son música, que rebotan de las paredes a nosotros. Nunca será igual la música, ésta que ahora se agolpa a nuestro alrededor, muere en el preciso momento en el que la escuchamos; nosotros, al escucharla también lo hacemos, morir. ¿Por qué temer la muerte entonces si es lo único que nos inclina a la vida?

Así, como no pueden despertar los que no duermen, la muerte nos hace entrega de la exquisitez del instante, de la culminación del momento único; los segundos lánguidos, minutos perecederos horas moribundas, días que se extinguen y vidas que tiemblan y se apagan con la idéntica celeridad de una vela. Nuestros ecos se reducen a sombras chinescas en la pared, entonces la muerte es nuestra mejor aliada. A nada debemos de temer más que a la inmortalidad, tonto de Aquiles que reniega de Tánatos y sus encantos; pero ella es benévola con todos y hasta él fue conocedor de sus favores divinos.

Muera el hombre y su vida habrá sido engendro de la virtud de existir, quede con vida y se habrá creado el lastre de sus propios actos, terminando arrastrado de las repetidas existencias, e inmune al apoteósico final, del cual se quedará sin tomar parte. Al tenerlo todo, no tendrá nada.

Y la genialidad se dará siempre allí donde haya un momento que se extinga; con un hermano, con vino, un puro, una vela, una cinta antigua de jazz, un suelo, un techo, cuatro paredes.

miércoles, 7 de julio de 2010

Oda a una ventana

Tú, mujer de madera, de hierro, o simple hueco en el muro, que recoges en tus dimensiones lo luminoso y lo triste, lo oscuro y lo frío, o lo pálido de un horizonte. Es algo simbólico que tú existas, abres al hombre a sí mismo. A ti te hablo, agujero, y a los muchos otros que como tú han de cumplir esto mismo: ventanas de todas las partes del mundo, de una infinidad de formas y estaturas, aquellas de pisos bajos o las de los altos edificios, esféricas, altas, estrechas, contiguas unas a otras o fronterizas, de alféizares desemejantes, con vistas a un árbol, o a una calle estrecha.

Una ventana puede ser solamente una ventana, pero puede ser también un hálito de vida; cuando de entre su inerte cristalera se cuelan, surcando la entraña, una brisa agradable o quizá unas gotas de agua.

Una ventana puede ser solamente una ventana, pero puede ser también una muchacha que se maquilla la cara; es curioso como al solaz de la jornada el rostro se le adorna por momentos, o una mujer coqueta; tan rápido se viste y desviste de los cielos distintos como se engalana con los danzarines toldos de otras casas, o el agitarse de unos árboles o un pasar de palomas.

Una ventana puede ser solamente una ventana, pero puede ser también pintura en movimiento; como una lienzo que todo lo reproduce, y en cuyos trazos se dibuja un paisaje infinito, de la misma forma que un fotograma es inacabable o una mirada incompleta.

A ti te hablo, que eres nacida de un surco entre paredes, tú, hija de mil cuadros, mujer presumida con pelo de cortina, ventana de noche o de día, que ya eres lumbrera de madrugada o portillo nocturno, a donde van a maullar los gatos. Ya acunes en tu fondo un campo tranquilo o agites en tu fuero una ciudad bulliciosa, a ti te escribo escaparate de vida, ventana de todas las horas, y que a través tuyo he visto crecer el mundo.

Como quiera que sea tu nombre, ventanuco, tragaluz, claraboya, mirador, me imagino cuanta gente estará ahora mismo asomada. Si alguna vez quiero sentirme libre, solo tengo que mirar una ventana.