martes, 5 de enero de 2010

Danza de las esferas

Yacía Jupiter sobre el polvo de estrellas. Miraba curioso las caderas de una Saturno que se contoneaba, mientras ésta dirigía su mirada recelosa al pecho henchido de Marte, que ahora se cruzaba perpendicular a su trayectoria.
Marte, por otro lado, desdeñaba a sus hermanos, pero tras la apariencia apática se escondía un deseo de cortejar a su hermana Venus.
Venus que en su órbita mayestática, de la cual se vanagloriaba a menudo, hacía gala de conocer todos los secretos.
Mercurio sentía predilección por los portes varoniles de Marte, pero aquella noche, quizá debido a que la luz de Papá se proyectase sobre Tierra de forma especial, se fijó en ella. Sintió, a partir de ese momento, una leve excitación, un fervor hasta aquel día desconocido, por las sinuosas protuberancias de su hermana mayor.
Aunque Tierra de esto nada sospechaba, pues haciendo caso omiso de los desfiles rutinarios de Marte, consumía su rotadura observando a Jupiter, portentoso, altivo y desafiante, asemejando ser tan grande como el padre.
Más alejados, al principio ajenos al flujo de miradas y rotaciones voluptuosas, Urano y Neptuno se deshacían lentamente en su traslación.
Y entonces tuvo lugar el baile.

Y no se sabe que fuerzas cósmicas empujaron a Marte a salirse de su órbita. Se desconocen los enigmáticos motivos que le llevaron a recorrer millones de kilómetros hasta ponerse a tan solo unos pocos de Venus o, si uno lo piensa un poco, es posible que no sean tan enigmáticos. De la mano de Venus, que había eludido también su trayectoria, tuvo comienzo un cortejo insólito y primerizo: en un arranque súbito agarró a Marte, haciendo que sus cráteres se entrechocaran y ambos, como al compás del tintineo de las estrellas, iniciaron la danza, y sus cuerpos se mecieron al unísono y desmesuradamente. Jupiter enarcó el rostro, entre confuso y dolido, y quizá más por curiosidad que por despecho, fue a quebrar el anillo de Saturno y la aplastó contra su propio cuerpo, y ella exudó el calor de una pasión repentina, e hizo que lo que había quedado de su anillo le rodeara a él y le atrajera para sí.

La sinergia de tendencias se produjo; la inercia cósmica del movimiento, la orgía de la familia planetaria. Ahora Mercurio besuqueaba a Tierra mientras ésta palpaba su silueta oblonga; ahora Marte desgarraba a Venus de su frialdad y susurraba en su nuca, en los sitios donde un eco de estremecimiento vibraba; ahora Urano, al ver a Saturno descamisada, se empecinaba contra la lobreguez del espacio hasta llegar a donde Júpiter la asía por un extremo del anillo, y ambos contribuyeron a calentar los penachos que Saturno ofrecía prominentes. Neptuno fue la última en incorporarse al abrazo de sus hermanos pero lo hizo con una llamarada de deseo, lanzándose a los hercúleos brazos de Júpiter y desgastando su cuerpo contra el de Saturno.
La fricción de las ocho esferas fue en aumento.
Tierra se abrió al embate de un Mercurio encendido, Marte dio de beber a Venus que parecía embriagada de complacencia erótica.
Y no fue ésta la única ofrenda de la infinita noche.

En la desbocada carrera de Jupiter, que abarcaba los espasmos de Saturno y Neptuno, se derramaban ríos de sudor que al caer sobre sus espaldas conformaban océanos. Las manos de Urano se posaban aquí y allí, desnudas y hambrientas, con unas ansias que luego lo avergonzarían.

Papá observó a lo lejos como su prole se complacía y, aun teniendo en cuenta que para ello hubiesen quebrado sus leyes de trayectoria, esperó a que el festín hubiese concluído. Luego ya habría tiempo para el castigo, se dijo. En la cuna de su estática vió cómo, uno a uno, sus hijos perdían la compostura, de qué manera lamían unos de otros, cómo se entregaban al ritual de un placer milenario, vio cómo olvidaban las rencillas, el odio, las inseguridades y las deshacían en aquel aire desatado e impuro. Y, al fin, reparó en que ya consumados se abrazaban exhaustos entregándose las últimas caricias y saboreándose por última vez, con un último coletazo, con una postrera canción de la noche. Así los vio el Sol, a sus hijos, con los rostros pintarrajeados y la mirada perdida, y le vino a la memoria aquellas noches en las que él también se deshizo en pasión, y recordó que si ellos habían nacido era debido a esos juegos, y comprendió que aquel no era un aire viciado, y respiró de la noche, y olió a vida, a nueva vida. Tal vez en el sudor de Urano se gestaba una nueva existencia en el cosmos, tal vez en la saliva de Marte o en las lágrimas de éxtasis de Venus o en el néctar que Mercurio había derramado en el vientre de Tierra. Tal vez en todas ellas.

2 comentarios:

Cristina Puig dijo...

Vaya una orgía planetaria:) está narrado magistralmente. Me encantó el final. Enhorabuena Iskandar.

Por cierto, he visto el ligre, es acojonante:)) que raro ¿eh?

Me lo pasé genial con vosotros ojalá repitamos pronto ese cafetín. Un abrazo

Darka Treake dijo...

Me has dejado boquiabierto, de deseo, y de belleza.
Qué increible relato!
Muy muy bueno, crack. De verdad.

Me han dado ganas de coger el telescopio (que tengo en Palma, porras!) y buscar el lugar de la orgía, la conjunción de los planetas, el lugar y el momento en que las esferas se unían para engendrar lunas...

Grandioso.

1abrazo!!
Darka.

PS: te debo una llamada.